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◖ 07 ◗  

ALEJANDRA.

Estaba rodeada por un hermoso bosque, repleto de árboles, hierbas y bellas flores de todos colores, alturas y formas. La suave brisa hacia que su perfume fuera esparcido por todo el lugar, acompañado de uno que otro pétalo que volaba libremente hasta chocar contra el suelo.

Respiré hondo, enviando el maravilloso aroma a mis pulmones. Era refrescante y relajante.

El cielo estaba completamente despejado, con un enorme sol iluminando cada kilómetro cuadrado. Diminutas pero adorables mariposas revoloteaban por doquier sin cesar. El césped era muy hermoso, y gracias a la claridad solar, que le daba un gran toque elegante, dejaba que el color verdoso fuera mucho más llamativo y suave a la vista. Parecía tan acolchonado que estuve a punto de tumbarme sobre él, y tomarme una siesta disfrutando de todo lo que estaba a mi alrededor.

No podía dejar de ver absolutamente nada porque todo parecía salido de una revista, tan mágico que no creía que fuera real.

Esa vista era como si hubiese sido sacada de la mejor película al aire libre que se hubiera estrenado en el cine. Ese lugar te traía tanta tranquilidad y seguridad, que podías permanecer allí por horas sin notarlo. Sin duda podía ser un lugar donde todos los niños pudieran salir a explorar y no tendrías miedo a que se perdieran porque sabías que no había peligro alguno.

Tan pacifico.

El aleteo y cantar de las aves era como la música más deseada para mis oídos, era maravilloso y no tenía fin. Poder observar a algunos pájaros alimentar a sus polluelos, o ver las pequeñas pero peludas ardillas andar de una rama a otra, o simplemente perderse dentro del hoyo que habían hecho en uno de los árboles, me hizo sonreír. Saber que esos animalitos crearon esos citios para darle seguridad a sus familias, me emocionaba demasiado.

Eran seres diminutos pero su corazón era enorme.

Elevé mis cejas en grande cuando un pequeño cervatillo se detuvo frente a mí; con sus ojos tan brillantes y negros como la misma noche. Su pelaje corto de un marrón claro acompañado de manchas circulares color blanco, sus patas delgadas pero fuertes y ágiles. Su hocico alargado que terminaba en su boca, donde su larga lengua salió para lamer su nariz.

Un animal sorprendente, y estaba a pocos metros de distancia.

Sonreí cuando movió su pequeño rabo, antes de voltear a verme y avanzar lentamente hacia donde me encontraba.

¿Qué se suponía que debía de hacer? ¿Acercarme o correr?

Al no saber cómo actuar, me mantuve firme en mi lugar: con mis manos pegadas a mis costados y cada músculo de mi cuerpo rígido. Traté de controlar mi respiración agitada, antes de que pudiera ser escuchada por todo el bosque. Creía que si no hacias ningún movimiento brusco, esos animales no te tomaban como si fueras un peligro para ellos.

Y al parecer, eso había funcionado. El venado se acercó tanto que solo me bastaba subir unas de mis manos para poder acariciar su cabeza. Sus ojos seguían fijos en mí, pero no mostraba miedo o enojo, en cambio yo sí temía un poco, o eso pude notar al ver mi reflejo en sus pupilas. El animal me observaba esperando una respuesta a una pregunta que aun no estaba decidida y dicha, ¿Él quería que lo tocara o no? ¿Quería que yo corriera aterrada o que fuera él es espantado que huía?

No sabía qué esperaba, pero tenerlo tan cerca me bastó para no hacer nada más que no fuera contemplar su inmensa belleza.

Mordí mi labio inferior en un intento de no asustarlo cuando su tierna forma de lamer su nariz me causó risa.

Era todo de color de rosa, tan cursi y empalagoso para algunos, tan bonito y dulce para mí. Pero todo lo bonito llegaba a su final, y no siempre el rosa era tan adorable como creíamos.

De repente el viento comenzó a soplar demasiado fuerte, haciendo que mi piel se helara. El cielo se nubló por completo, y el brillante sol se escondió detrás de grandes nubes grises que formaban diferentes formas que me parecían aterradoras.

El ciervo chilló asustado, antes de comenzar a correr hasta perderse de mi vista. ¿Qué le había ocurrido?

Bajé la mirada al suelo y me encontré con las flores marchitas, sus elegantes colores habían desaparecido. El verde del césped se convirtió en un terrorífico negro, y las mariposas que antes se mantenían volando alto, estaba en el suelo tan secas y sin vida que me conmovió.

Miré los árboles que, en ese momento, eran demasiado oscuros, creando figuras que antes no estaban. Las hojas caían lentamente al suelo, tan arrugadas y deterioradas, estaban marrones como cuando era otoño, y comenzaban a desprenderse de las ramas para caer y formar una gran montaña de ellas.

Una capa espesa de neblina envolvió todo mi alrededor sin dejar de cubrir ni un solo centímetro, no podía ver más allá de un metro de distancia. La escasa claridad del sol se esfumó, dejándome en completa oscuridad.

Estiré mis manos, tratando de encontrar algo que me indicara el camino hacia la salida, si es que había una. Durante los segundos -si era que no había pasado más tiempo allí- no me centré en buscar un sendero entre los árboles, sino que solo me quedé mirando los animales como idiota, y me lamenté por eso. Porque por más que buscara, no hallaba nada.

Fue cuando me inundó la desesperación.

Mi corazón latía a toda velocidad, mi respiración era agitada, mi garganta se secó y cerró por el pánico, y mis manos terminaron temblando, no sabía si era por frío que empezaba a experimentar o por la ansiedad que me causaba sentirme atrapada entre tanta negrura.

Desde la primer pesadilla, la oscuridad se había vuelto mi peor enemiga.

Estaba asustada, aterrada y solo pedía escapar de ese sitio y estar en un lugar seguro y con mucha luz. Rodeada por mis cosas que me tranquilizaban, tener una taza de café caliente entre mis manos para ya no sentir como mis huesos se iban congelando a medida que pasaba más tiempo en ese bosque.

Imaginar lo que deseábamos no nos costaba nada, lo malo era abrir los ojos y saber que no teníamos lo que queríamos.

Y más cuando estábamos rodeados de cosas que no sabíamos qué eran, ¿Qué pasó con el venado? ¿Las ardillas aun seguían en su hogar? ¿Algo diferente al clima había cambiado?

Esperaba que todo continuara igual, pero al volver a mirar hacia los árboles comprendí que absolutamente nada estaba de la misma forma que al inicio.

Ahí, entre la oscuridad y figuras que creaban las ramas, vi unos ojos rojos.

Ese color rojizo era demasiado brillante, tanta intensidad había en ellos. Incluso podía decir que eran demoníacos, no los creía normales. Y más cuando se multiplicaron, y en vez de ser solo un par pasaron a ser miles. Estaban en todos lados, rodeandome y observándome.

Me paralicé, no sabía qué hacer.

Ni siquiera comprendía cómo podía verlos, al parecer la neblina solo ocultaba algunas cosas en especial, y otras las dejaba al descubierto para crear un ambiente espeluznante y así conseguir asustarte.

Cerré mis parpados con brusquedad, creyendo que con eso todo pararía, que eso era un sueño y que pronto despertaría. Que todo regresaría a la normalidad y que me encontraba segura y no estaba en peligro.

El crujido de una rama al romperse hizo que volviera a abrir los ojos, sorprendida y un tanto asustada. Al mover mi cabeza hacia ambos lados, pude notar que ya no me estaban observando, o eso creía yo.

Tomé una bocanada de aire y lo liberé lentamente, viendo como el vaho salia de mi boca. El tratar de encontrarle forma a la capa de humo cálido me tranquilizó un poco.

Volví a escuchar otro ruido y toda serenidad huyó lejos al percibir que, esa vez, el sonido era causado por las hojas marchitas siendo aplastadas. Fijé mi vista al árbol que tenía en frente y ahí estaba de nuevo.

Volvía a ser solo un par de ojos rojos.

Ese ser o lo que sea que fuera, dio un paso adelante saliendo de su escondite detrás de las ramas para dejarse ver en todo su esplendor. Solo me bastó notar que era más alto y robusto que yo para retrocer. Saber que podía vencerme me dio el valor suficiente como para dar media vuelta y comenzar a correr tan rápido como pudiera y de manera cobarde.

No estaba lista para enfrentarlo, ni siquiera sabía por qué me asechaba de esa forma ni tenía la intención de detenerme a preguntarle la razón por la cuál me seguía. No tenía tiempo, muchos menos conocimiento de que si en verdad paraba de huir esa cosa no me atacaría. Sería como dejar de luchar contra la muerte y despedirse de la vida sin dudarlo; como si la gacela, en vez de escapar de león, se quedara inmóvil queriendo saber el por qué, sin importarle que su asesino no iba a parar hasta devorarla por completo.

En mis planes no estaba permanecer quieta y dejar que el monstruo me comiera sin más. Yo daría pelea; quizá gritaría pidiendo ayuda o trataría de escabullirme para que no me encontrara, pero jamás me podría en bandeja de plata para que él hiciera lo que quisiera conmigo.

Después de todo, quería creer que era una guerrerra.

Corrí y seguí corriendo, dándome cuenta que de nada serviría que mi velocidad fuera alta si mi resistencia no lo era. Maldije no haberme ejercitado lo suficiente, y salir a trotar por el parque que estaba cerca de mi casa. Tal vez estar en forma ayudaría de cierta forma en la situación, aunque nada te preparaba para huir de una silueta en medio de un inmenso bosque y en completa oscuridad.

Mis piernas comenzaron a flaquear, haciéndome sentir el cansancio y el típico hormigueo que pedía que te detuvieras. Mi garganta estaba seca y mi respiración disminuía con cada paso que daba. Parecía que no todo el oxígeno podía entrar en mis pulmones, y solo una cuarta parte de él ingresaba.

Dejé de correr cuando tropecé con una raíz, y caí de cara al suelo, algo que mis piernas agradecieron de inmediato, pero no mi rostro que quedó manchado con algo que supuse que era lodo. Me quejé cuando las palmas de mis manos y mis rodillas comenzaron a arder, pero eso no me impidió ponerme de pie rápidamente, ignorando la tensión que había en cada uno de mis músculos por el sobreesfuerzo que estaba haciendo. Con ayuda de un árbol, volví a mi altura normal, y aproveché ese momento para tomar un gran bocanada de aire.

No pasó ni un segundo cuando sentí mis manos húmedas y pegajosas... quise saber qué era, pero la oscuridad no me lo permitía. Acerqué mi rostro y supe que no era necesario ser adivina ni mucho menos tener luz para entenderlo.

Sangre.

Sí, era sangre. Podía sentir el olor metálico, ¿Pero de dónde salía?

Fue entonces cuando me acerqué aun más al árbol y lo comprendí. Estaba repleto de sangre, cada centímetro de la corteza estaba cubierto de ella. La neblina desapareció por escasos lugares y pude observar un poco más. Miré los demás árboles y también están igual a ese.

Casi grité cuando note que al lado de la raíz que me había hecho tropezar había un bulto... el cuerpo inerte del ciervo estaba justo ahí: sus ojos permanecían abierto al igual que su boca, mostrando su tierna lengua. De su pequeño pecho brotaba su sangre, debido a los crueles y excesivos arañazos creados por unas enormes garras.

¿Quién haría algo tan inhumano como eso? ¿Quién se atrevería a dañar a una pobre criatura indefensa?

Toda pregunta obtuvo su respuesta cuando volví a sentir pasos. Inmediatamente me di media vuelta y encontré otra vez el par de ojos rojos. En esa ocasión pude ver un poco más a detalle la silueta; era alguien muy alto, vestido completamente de negro, parecía usar una saco que llegaba hasta sus rodillas. La solapa cubría todo su cuello y la mitad de su cabeza, gracias a eso y a la oscuridad, no pude visualizar su rostro.

Pero sí pude ser consciente de su sonrisa, aquella que dejaba al descubierto sus largos y puntiagudos dientes blancos. Como si fueran los de un animal salvaje, tan filosos que podían desgarrarte la piel en un segundo... así como le había ocurrido al ciervo.

Él siguió caminando hasta quedar a un metro de distancia de mí, y su sonrisa desapareció por un momento, ¿Qué estaba esperando para atacar?. Sin dudarlo, y temiendo que se moviera tan rápido que no pudiera preverlo, apoyé mi espalda contra el árbol tratando de que no quedaramos demasiado cerca uno del otro. Al instante pude sentir el frío que mi prenda desprendía a medida que la sangre hacia contacto con ella y luego con mi piel.

Mi cuerpo me pedía a gritos que huyera, que escapara de allí y siguiera avanzando para no verme como una indefensa presa, pero ninguna de mis extremidades fue capaz de moverse. Por más que mi cerebro se gastara en enviar señales y diera órdenes, nada tenía el suficiente poder como para cruzar la barrera que el miedo había creado. Toda mi anatomía parecía ser una gran roca sólida, siendo un trabajo duro a la hora de correr.

Quizá la guerra interna entre mi mente y mis extremidades le causó gracia o diversión, porque volvió a sonreír... pero esa vez fue demasiado terrorífico: inclinando su cabeza hacia un lado, y mostrando nuevamente sus dientes... exponiendo el leve cambió que había. La blancura de su dentadura desapareció y le dio lugar al carmesí de la sangre.

Tan rojo como sus ojos, tan misterioso y oscuro como su vestimenta.

Su actitud no parecía humana tampoco algo antes visto, la forma en la que sonreía con malicia y el color de sus iris me lo confirmaba. Y más cuando su sonrisa creció en sobremanera.

Se volvió antinatural, era demasiado grande para ser real. Parecía como la sonrisa del gato Cheshire de «Alicia en el país de las maravillas», solo que la de ese animal era un poco más agradable.

Por un momento, se quedó quieto al igual que yo. Sus ojos no de despegaban de mi cuerpo y eso me provocó cierta ansiedad y desesperación por no saber qué vendría después. Al pasar algunos segundos de esa manera, creí que se iría o que despertaría de la pesadilla, pero no.

¿Por qué tenía que ser tan ingenua al pensar que todo se terminaba de una forma serena, sin complicaciones? ¿Es que acaso la vida no me había demostrado ya que esa paz y tranquilidad solo existe antes del acto final?

Aquél que te impedía volver a dormir con normalidad en mucho tiempo, aquel que te dejaba con la piel de gallina.

Porque la silueta no estaba lista para despedirse antes de hacer su maravilloso cierre.

Y de un momento a otro, abrió la boca tan grande, que me asusté. Fue tan rápido e inesperado que al instante siguiente lo tenía saltando sobre mí.
Iba a morir en medio del bosque... esa silueta de ojos rojos y dientes puntiagudos iba a devorarme.


***


Otra vez despertando sobresaltada y asustada. Con mi pijama pegado a mi cuerpo debido al sudor; mis manos temblando, y con mi respiración alborotada, al igual que el latir de mi corazón.

Había perdido la cuenta de cuántas pesadillas había tenido en los últimos días, pero tenía muy presente lo tan aterradoras que eran y que en todas aparecía él... la silueta de ojos rojos.

Víktor tenía razón cuando dijo que una vez que lo viera no habría escapatoria, parecía que siempre estaba buscándome y siguiéndome en todos mis sueños. Cada vez que lo tenía cerca entraba en un estado de trance que no me permitía moverme, y ese era el final del ciclo donde todo terminaba. Hasta que en la siguiente oportunidad nos volviamos a encontrar, y la escena de huída y persecución daba inicio y, a su vez, toda mi inmovilidad aparecía.

¿Quién podría moverse cuando alguien así te arrinconaba y solo mostraba intenciones de comerte? Porque sí, en las pesadillas la silueta solo se acercaba con su boca abierta mostrando sus dientes afilados y dispuesto a ensuciarse con mi sangre.

Daba mucho miedo y yo ya no podía más.

Mis ojeras eran cada día más notables, al igual que la palidez en mi rostro. Mi estado de ánimo empeoraba, y mi capacidad de controlarme había desaparecido. El cansancio hacia de las suyas de vez en cuando haciéndome perder en el espacio-tiempo, sin dejarme saber si pasaba minutos o horas sentada mirando hacia la nada.

Poco a poco, esos ojos rojos acababan con mi capacidad de pensar o actuar bien.

- Doctora, ¿Está bien?- me preguntó Campos.

Asentí sin mucha seguridad.

Estaba avanzando por el pasillo cuando me lo encontré yendo a su puesto de trabajo. No conocía casi nada de él, aunque tampoco quería saberlo después de sus comentarios engreídos días atrás. Además, mi actual estado no me ayudaba en querer saber más sobre su persona, ya que la última vez que quise conocer a alguien por completo, terminé teniendo pesadillas.

Las ganas de socializar ya no existían en mí.

Pero creí e ignorando lo mal que estaba, que una charla hasta llegar a la sala 3 me vendría como anillo al dedo.

Necesitaba despejarme un poco antes de llegar a la habitación del caos, y tratar de que mi mente se centrara en algo más que no fuera mi paciente o lo que él causaba en mí.

- Solo estoy algo cansada.- contesté con total sinceridad.

- Debería de tomarse unos días de licencia, eso siempre es la solución.

¿Unas pequeñas vacaciones?

No, gracias.

Si ya me encontraba algo dañada por las pesadillas a pesar de tomaba horas enteras ejerciendo mi labor, no me quería imaginar lo que ocurriría si me pasaba toda una semana encerrada en mi casa sin hacer nada y sin poder trabajar. Sería una locura y estaría más propensa a tener encuentros que no quisiera tener.

- Ojalá fuera tan fácil, Campos. Sabes que tengo un paciente que necesita de mi ayuda.- traté de poner alguna excusa que evitara el tema de permanecer en mi hogar por mucho más tiempo que el requerido.

- Él le ha quitado sus energías...-me detuve de golpe y lo miré seriamente- Me refiero a que desde su primera sesión con Heber usted ha cambiado.- aseguró y tenía razón- Tiene ojeras que antes no se veían y hasta parece más distraída de lo habitual en algunas cosas.

- ¿Cómo sabes que antes no era así?

- Ya la conocía.- confesó, desviando la mirada- La había visto por los pasillos del primer piso. Incluso una vez nos cruzamos cerca del ascensor.

¿Lo decía en serio? ¿Había convivido con Campos antes?

No, no que yo lo supiera. No recordaba su rostro, ni mucho menos haberlo visto antes de comenzar con el caso de Víktor. Aun seguía con la idea de que a ese guardia jamás no habría conocido si no fuera por haber subido al nivel 2 y aceptar estar en el área de los hombres. Tampoco era como si me tomara el tiempo de descubrir cada identidad de todos los que trabajaban en ese edificio, o mantener alguna conversación para tener amistades, más bien solo me limitaba a conocer a mis pacientes. Demasiado ya era con eso.

Sus historias, y comportamiento, consumían toda gana de querer charlar con alguien más. Lo único que querías hacer después de un día largo dentro de ese edificio, era salir rápido del lugar y descansar hasta el día siguiente. Ponerte ropa comoda y quedarte acurrucada en tu cama por horas, leer algun libro o ver alguna série de televisión. Cosas simples y relajantes.

Eso era lo que hacía yo, y más en esos últimos días. Aunque, al estar tan agotada, solo trataba de dormir lo más que podía, pero como era de esperarse, nunca funcionaba. Siempre que cerraba mis ojos, la silueta aparecía llevando todo sueño a volar.

- Lo siento, pero no te recuerdo.- ni siquiera me lamenté al decirlo. La espiñilla de enojo hacia Campos aún seguía presente.

- Es normal, no debe ser fácil tratar con personas como lo son ellos.- y allí estaban otra vez esos comentarios- Heber es el más difícil que le ha tocado, ¿Verdad?

- Él es todo un reto, una gran montaña que hay que escalar.- me limité a contestar, antes de que mi cuerpo burbujeara de fastidio.

Cuando terminé de decir eso fue cuando llegamos a la entrada de la sala.

Por fin.

No me había dado cuenta de que el camino fuera tan corto, o quizá era porque no quería entrar. Pero después de la corta y desagradable charla con el guardia, me parecía mejor entrar y cerrarle la puerta en la cara antes que seguir encuchandolo.

- Pues, buena suerte.- me sonrió, mientras que abría la puerta- Y, doctora, no permita que esa montaña la haga caer. Usted es fuerte.

Ojalá tuvieras razón, Campos.

Había perdido las fuerzas muchos días atrás, y aunque no quería admitirlo, ya estaba agotada de todo. Quizá no estaba tan preparada como creí que lo estaba, a lo mejor había hecho mal en aceptar sin pensar con claridad en el caso. Pero tampoco era como si, después de dias trabajando, tuviera la oportunidad de ir a hablar con Léonard y decirle que ya había tenido suficiente.

Si no me negué al principio, no lo iba a hacer cuando ya comenzaba a conocer un poco más a mi paciente.

Me limité a sonreír, antes de entrar y volver a ver a mi perdición hecha persona.

Lo primero que divisé fue su cuerpo sentado en su silla habitual, y después, como si fuera algo llamativo, la sonrisa perversa de Víktor. No se cansaba de sonreír de esa forma tan maniática.

Suspiré, avanzando hasta quedar frente a él y tomar asiento.

- Vaya, doc. Se ve muy mal.- comentó, burlón.

- Estoy bien, gracias por preguntar.- dije, retórica.

- Ya ha aparecido, ¿No?- preguntó, captando toda mi atención- La silueta...

- ¿Es tan obvio?

- Sus ojeras son muy evidentes, debería de usar maquillaje.- aconsejó, iniciando el aburrido y constante ruido del metal siendo chocado por sus nudillos.

- Eso hago, aunque ya no funciona.

Ni siquiera después de la primera pesadilla había funcionando.

- Fue rápido, con los demás me tomó semanas y con usted solo fueron unos pocos días.- su manera de decirlo no me gustó para nada.

- Te alegra verme de esta forma, ¿No es así?- ataqué, bruscamente.

- Le dije que me dejara en paz, que no escarbara en mi pasado. ¿Pero la señora hizo caso? No, claro que no. Debió correr cuando pudo hacerlo, ahora aténgase a las consecuencias.

Me preguntaba qué precio tendrían mis actos, y hasta dónde iban a llegar esas consecuencias.

De impotencia, me mordí el labio inferior.

Tenía razón, por supuesto que no podía negar a nada de lo que él había dicho. Pero ese era mi deber; descubrir su pasado, hallar cuál fue el detonante que lo llevó a actuar de la forma en la que lo hizo y buscar una solución a sus problemas mentales. Eso no debía de causarme algun conflicto a mí, porque estaba haciendo lo correcto en ayudarlo.

Víktor debía de agradecerme, no dañarme.

Eso me hizo recordar la conversación que habíamos tenido aquel día donde había insinuado que podía tenerle cariño. Quizá si fuera alguien más, y no intentara acabar con mi cordura, podría llegar a sentir un leve aprecio por él. Pero conociendo de lo que era capaz, y sabiendo que mi mal estado era en cierta forma por su culpa, no había lugar para sentimientos.

Reí a carcajadas a lo estúpido que eso me pareció, incluso de solo pensarlo.

No podía tener esas emociones por nadie; ni por los pacientes, ni por mis compañeros de trabajo. De eso se trataba, de usar una armadura que nos protegiera de cualquier cosa y que no dejara a la vista nuestras debilidades.

El apego o cualquiera de esas tonterías era una debilidad en esa profesión.

- ¿Qué es lo que le causa tanta gracia?- quiso saber.

Aclaré mi garganta y tranquilicé mi risa antes de volverlo a ver.

- Que nadie podría creer si le dijera que hace unos pocos días decías que te tenía cariño.- recordé con burla- ¿En serio pensaste que podía sentir afecto por ti?

- No.- dijo al instante- Porque eso es imposible.- desvió su mirada.

- Exacto...

- Además, no entiendo por qué lo menciona ahora, ¿Acaso pensó que lo que dije era verdad?- preguntó, uniendo sus manos sobre la mesa- Por favor, Alejandra, deje de darle tanta importancia a cada cosa que yo digo. Solo mirese...- dijo, señalandome de pies a cabeza con sus ojos- Está así de mal y solo porque me sigue escuchando.

Apreté mis puños con fuerza.

Podía presentír que le parecía divertido, y que no le interesaba lo que ocurría, pero a su vez se mostraba como si realmente no tuviera la culpa de absolutamente nada. Sí, él admitía que por sus palabras mi estabilidad estaba empeorando, pero no se notaba arrepentido por eso.

Veinte psicólogos han pasado ya, ¿Quién o qué te asegura que contigo siente compasión?

Nada, nada me decía que Víktor sería amable conmigo. Pero ingenuamente creí que solo por tratarse de mí sería diferente. Yo había sido la primera en buscar alguna mejora en su vestimenta y alimentación, ¡Ninguno de los otros lo había hecho antes! Como mínimo esperaba un poco de agradecimiento, no que siempre estuviera a defensiva.

Pedía que entendiera que no era su enemiga, solo quería ayudarlo.

No puedes ayudar a alguien que no lo quiere... a alguien que no ve tu buena acción.

¿Cuántas veces más tendría que pasar por aquel momento donde descubría que mi paciente no haría lo que le pedía? Años de experiencia y seguía con la misma ignorancia, con aquel deje de esperanza que no existía en realidad.

Cerré mis ojos y conté hasta tres.

- Puedes seguir hablando, Heber, pero eso no cambiará el hecho de que continuaré haciendo mi trabajo.- advertí, porque ya no había salida. Llegaría hasta el final, costara lo que costara.

- ¿Por qué no lo puedes dejar todo como está?

- Porque necesito entenderte.

- ¿Para qué? ¿Para que tú y todos los demás bastardos puedan saber qué administrarme y así controlarme a su gusto?- indagó a la defensiva.

Sí, en cierto punto así era.

Necesitábamos conocer toda su historia para poder saber qué debíamos de administrarle y cómo progresar con el caso.

Ocho meses habían pasado, y no hubo avance alguno. Como alguien que no se daba por vencida, y que estaba convencida de que lo lograría, tenía que seguir hasta encontrar la cura para Víktor... o al menos intentarlo.

- Olvidemos que estamos aquí, que somos profesional y paciente.- pedí, en un intento de cambiar la situación- Busquemos un lugar diferente de donde nos entramos realmente e imaginemos que estamos tomando un café y platicando como amigos.

- Primero que nada; tiene una imaginación bastante activa y cursi ¿Tomar café? ¿En serio?- rió con gracia- Y segundo; no diga la palabra amigo, porque usted y yo no somos nada de eso.

Quizá requería las palabras mágicas.

Suspiré antes de enfocar su rostro, y sin dejarme llevar por lo pensamientos que me decían que estaba siendo demasiada intensa, hablé:

- Por favor.

- No.- negó rotundamente.

- Es lo único que te pido, Víktor.- lo miré fijamente, provocando que tragara saliva sonoramente.

¿Qué le pasaba? ¿Por qué actuaba de una forma extraña cada vez que le decía su nombre?

Era como el momento exacto donde le dabas el regalo de Navidad a un niño, o cuando jugabas con tu mascota. Podías ver su felicidad radiando en sus ojos, su entusiasmo y agradecimiento. Ni siquiera sabía la verdadera razón por la cual estaba comparando a mi paciente con dos cosas tan maravillosas como lo era infante o un animal, pero no podía evitarlo. No halla otra explicación que pudiera dar después de ver, que al llamarlo, su aura maligna cambiara rotundamente.

Si decía su nombre, todo parecía funcionar e ir bien.

Sus ojos azules de suavisaron, las comisuras de sus labios subían y bajan en un intento de sonrisa. Se estaba conteniendo, pero al final simplemente suspiró, notándose claramente derrotado.

- De acuerdo, le hablaré solamente de mi infancia nada más, ¿Quedó claro?

- Perfecto.- le sonreí, satisfecha al saber que conocería un poco más a mi paciente.

Era dar un nuevo paso y crear el camino que comenzariamos a conducir en el caso de Heber.

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